Viernes 18, undécimo del viaje. Ya
desde el alba, varios marineros de la nao real clavaban con ahínco
su vista perspicaz en unos puntos lejanos y borrosos que tan pronto
semejaban blancas crestas de rocas, como nubes, acabando por
insinuarse la duda en el ánimo de los más prudentes. Fue eso de las
ocho de la mañana cuando un marinero, que no se creía victima de
apariencias engañosas, solicito hablar al rey. Carlos se hallaba ya
vestido y dispuesto de salir de su cámara y, dialogar al ser
advertido de su venida, le mando entrar en ella. Después de hacerle
la reverencia debida, el marinero, dijo el rey: - Señor, he visto la
tierra de Vizcaya.
El monarca se mostró muy complacido,
así como los señores de su séquito inmediatamente Carlos ordenó
que se le diese el vino ofrecido y le pregunto cuanta distancia
podría haber hasta allí, contestando el afortunado nauta que no
habría menos de treinta y ocho o cuarenta leguas, pero que, a causa de
que el viento era tan flojo, no seria hoy, si no mañana, por la
tarde, cuando allá llegasen.
No obstante la seguridad con que
hablara este hombre de mar, mucho se mostraban aún excepticos,
entablándose grandes discusiones sobre el particular y hasta
formalizándose apuestas.
Uno de los pilotos más experimentados
que iban en la nao real, el zelandés Juan Cornille, que con
anterioridad había llevado al rey Felipe por mar a Castilla-, el
segundo viaje de Felipe el “hermoso” a España, en 1506-,
hablando confidencialmente con Lorenzo Vital, nuestro cronista, le
decía: Es cierto que ahora se ve tierra, pero no es la de Vizcaya.
Los pilotos y marineros de Vizcaya yerran en sus cálculos por no
tener en cuenta que los vientos contrarios hicieron retroceder a las
naves más de cincuenta leguas. Las rocas y montañas que se ven, si
bien parecidas unas a otras, no son las de Vizcaya, si no las de
Asturias, a donde, sin querer, nos dirijimos ahora. Y acordaos mañana
de lo que os dió.
En enefecto, lo que alcanzan a ver tal vez eran
los picos del macizo central a las llamadas peñas de Europa, bien
conocidas de todo navegante, los más sobresaliente de la cordillera
cantabro-astur
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